Si algún marido ha leído por casualidad este libro...



El 5 de noviembre de 1946 se terminó de imprimir la «obrita» que aquí nos trae a colación, al encuentro, al encuentro a menudo diádico (frecuentemente íntimo) del alma y del cuerpo («El hombre está compuesto por un cuerpo y un alma. ¿Y yo?», se maravillaba la pequeña Josyane en la novela de Christiane Rochefort, Los niños del siglo) en un escenario bien parecido, bien siniestro. La intimidad conyugal. El libro de la esposa se dejó entre-ver de-entre los restos municipales de algún que otro des-encuentro (por veces monetario) y bien sabido es que la furia nos lleva, y hasta dónde puede nos llegar la furia.

Fotografía de la última página de La intimidad conyugal. El libro de la esposa. Con este detalle irrumpe, inicia una segunda parte jamás devuelta (jamás me enviaron, la del esposo) y que fue en-carnada y en-carada en el último encuentro del colectivo Infarto el día 2 de abril de 2016 (Espronceda 156, Barcelona) bajo el título Banquetes y comuniones: nuevas perspectivas.

Será que cierto levantamiento y comunitarismo emocional (me) llevó a la adquisición de ambas entregas, tal cual se presentan: obritas (en su condición disminuida, se pensaría). En fin, que la pedida lo fue y además (¿qué problema hay?, ¿qué mano que no quiera pedir?) de los dos volúmenes: El libro de la esposa y El libro del esposo. Las cosas aparecían bien hechas, muy bien: bien parecen. Y en éstas que primero el de ella y nunca el de él. (El) posterior reclamo a la librería porque jamás lo recibí no sirvió de nada, qué (falta de) deferencia. Nadie (me) devolvió el dinero pagado. Tampoco haré publicidad del nombre de la librería...


El libro de la esposa se configura como un manual de instrucciones escrito bajo el signo de o seudónimo Ángel del Hogar (cuatro autoridades «masculinas» excitante-mente sospechosas) que se vanagloria de su rozadura, la rozadura con lo sexual que otros tratados de semejante cariz apenas si (lo) espiritualizan: «era necesario que una pluma cristiana abordara estas cuestiones con claridad», afima(n). El resto del libro, centrado en una condescendencia a esta condición empequeñecida de lo que se supone es la mujer (y concretamente la futura esposa) no deja de soltar rotundas afirmaciones veladas por la ambigüedad de lo poético, no sin ello demostrarnos el fijisismo de la «misión social» que atribuye a ambos cuerpos.

Que las comidas estén dispuestas a tiempo, a la hora que el señor las ha pedido. Puede tener una cita de negocios, una reunión. Si no hay nada preparado a su vuelta, ya se comprende su descontento, su impaciencia. De ahí a las escenas no hay más que un paso que pronto se franquea. Trata de cocinar bien. Los buenos maridos tienen fama de buen apetito. En todo caso, si todas las noches hay charcutería, y cada dos o tres días el mismo menú estereotipado, su humor se resentirá. Al salir juntos, que la salida no sea para el señor un largo ejercicio de paciencia, porque la señora no acaba de prepararse, o porque, varias veces seguidas, hay que volver a entrar en busca de un objeto olvidado.

Ése es el tono moralista de un libro dispuesto, dirigido y casi prohibido para el otro consorte, libro que se muestra al igual que su propio formato físico, formato en el que necesitamos ese corte (analogía que haríamos con Bourdieu) que rasgue el manuscrito: del libro cerrado a su herida abierta. De ahí un llevar este momento a lo performativo, pero… ¿qué lo performativo?

Es cierto que no tanto una función sino más bien (parecida) insistencia en algún aspecto, sólo acción, o casi que sólo accionar. La ocasión del colectivo Infarto lo requería, y en el marco deconstructivo de su línea general así se inserta en un pertinente cómo. Un evento que aborda principalmente a la «Modernidad» barcelonesa del entorno Bellas Artes se presenta atractivo ante estos discursos, y la noche arrecia. Líquidos incorporados es ante lo que estamos o hemos de estar, ante lo que nos presentamos: así que compartidos de lo mismo, se llama a cierta embriaguez, y ex-pecta. Tipo diez de la noche. Mi chaqueta prestada sólo siente la «obrita» dentro de ella. Mi conjunto conservador, infiltrado, se siente molar al combinarse ante la liquidez, purpurina y flexibilidad, constantemente con segundas. Y en ella, en la multitud, los hombres, los iguales, los del corte (Boudieu, de nuevo en su análisis La dominación masculina) vamos a por ello... «Nunca confío en un hombre que no bebe», diría John Wayne...


Comienza la acción tras la claqueta. Mi personaje había des-entonado (incluso molestado) sutilmente al rondar silencioso los grupos de entusiasmada conversación desde hacía tiempo en aquel lugar (desde las siete de la tarde) al que llamaré galpón (con acento argentino), simplemente mirando, sin oficio, sin comunicar aparentemente, estando (simplemente) de esa facha. Hacer la nada, o estar, son de mala gana. Bien, la peregrinación comienza (a eso de las nueve y media-diez) desde la puerta, la puerta del galpón, muchas personas lo abarrotan en este Infarto y por los pies que se ha de vestir (uno). Desde el principio, mirar a los ojos. Un buen hola puesto que hay que elevar bien la voz, algún empujón y apretón, quién lleva las armas que me las muestre... Es (menuda) la mole de cuerpos: alguna violencia preparada, ante tanto guerrero qué se pensaría.

Ay, parece que saludo a todos (y no a todxs). Parece saludo. Parece cierto, desconciertan. De repente, dado que ya es demasiada casualidad, son sólo ellos los saludados, y la omisión a ellas es una afrenta, se siente o resiente: tanta presión que uno o sale rápido de los rápidos o a borbotones, prefiere el arrastre. Arrastre, arrastrémonos, y uno a uno, cada hombre su saludo, cada hombre es tocado con claras referencias a Luis XV («Obsesionado por la idea de que el reino se encaminaba a su ruina, Damiens quiso tocar al rey. (…) Su intención era despertar el espíritu del soberano, hacerle recobrar el juicio, curarlo de sus vicios», palabras de Elisabeth Roudinesco en La familia en desorden). Las expresiones ya llegados casi al proscenio son de aversión, algún bullicio puede. Sólo tomó unos minutos, los suficientes para que ellas comenzaran a sentirse agredidas. Culmino la llegada con algún recuerdo azul, tanto tanto que difícil (uno) en concreto. Una vez saludados ellos, ya en el escenario, se entiende que comienza algún tipo de re-presentación.

Acto seguido a mi saludo me incorporo y canto: «estoy feliz de encontrarme hoy aquí» mientras paseo enfrente de las (prácticamente) ciento cincuenta-doscientas personas perplejas a las cuales me he dedicado a importunar la fiesta, saboreando un espacio de enunciación no programado. En mi pequeño glitch me falta ella, como a todo príncipe... y sigo mirando de manera directa a cada uno de ellos, pero al fin la encuentro, llamó a mi hombría: elijo a la princesa Disney, rescatarla. María García Sala, artista alter ego, famosa en redes de redes, resulta elegida. La parodia emociona a las voces luego del tenso silencio de mi paseo: ella se levanta, el señuelo que necesitaba. Ella... que bueno, también fue una de las piezas centrales de esta exposición de una tarde, junto a Guerrilla Buk, con quien realizó algo así como una instalación-interactiva titulada My sweet sixteen. Un leve forcejeo con la chica a mi territorio es el cúlmen a modo de «te voy a salvar la vida, ¿me concedes este baile?» para insistir (¿quién no se ha dado cuenta ya?) nuevamente en los regímenes de control prostéticos, y finalmente dejarla volver al público para acto seguido el recital.


Silla preparada, un micro a mi lado: sólo soy un orador (The only boy who could ever teach me was the son of a preacher man, Dusty Springfield). Entonces hago el gesto, de mi chaqueta lo saco, extraigo el libro, se desenvaina cual espada (y tanto que arma) holgadamente de su bolsillo. Leo radiofónica-mente algunos pasajes, los más fuertes, los más picantes, esto es, rozando los aspectos más delicados para ensayar su desfase con la actualidad: el arte del cortejo, el instinto masculino, el parto y los cuidados del bebé, las labores domésticas, la irritabilidad femenina... a través de un interesante enjuague bucal, se diría, que empieza a purgar algo más que lo fisiológico: los humores. Cuerpo y alma, cuerpo y alma, queridos metafísicos... ¿Y yo? Las caras enfurecen, no he presentado este manuscrito, pensarán es mío, incluso será actual: ahí la clave, sin permisos. Ese juego se prolonga unos minutos, porto también una cerveza a mi lado, cruzo las piernas, paso ferozmente las páginas, abro mi cerveza, venga. Entre risas/abucheos, se re-sienten cosas, tantas cosas que cuando es conveniente finalizar miro de nuevo al público a los ojos (contorneando la violencia en lo que se diría, una verdadera estacada en el ruedo) y lo cierro, cierro el libro, un semblante que semblante cambia, sólo segundos: les he mirado a los ojos, ojos de desconocidos, y tomándome mi tiempo, (les) he rozado y, dado su desconcierto, puede que para revolver cosas en torno a la que es nuestra soberana primera escisión (no vaya ser que nos gobierne una mujer, Damiens). Me incorporo y enmudezco en mi final tras semejante astracanada. Aniquilado de aplausos, gritos y de todo, me vuelvo, me re-vuelvo yo también un poco líquido, un cubo lleno de agua que cae (de lleno) al suelo. Despojo la máscara y mi vida, atención, de 1946 a 2016 cambia de forma.

La fiesta así, tras este breve repaso, se reanudó para todos, sin embargo a uno le cuesta volver en sí tras haber tocado de alguna manera ciertas miradas, miradas afiladas que en esos 15 minutos de highlight se han hecho en mí posesión. Las reacciones posteriores fueron... lo fueron de veras, resaltando alguna sorpresa elevadora que permanecerá en el territorio de mi consecuencia. Responsables, necesitamos serlo, interrumpir desde nuestra posición de críticos/artistas. 

Misión cumplida: no degenerar placer a granel sino incidir por el amor al por-menor, y siempre de nada.

© Fotografías de María Mateo.