Pase, Pero Sin Llamar. Mi Casa Es Tu Casa.


Si alguien tenía que salvarme, prefiero que haya sido usted.
Parece una virgen bizantina. Usted le sentará bien a mi vida.

Christiane Rochefort, 1958.


Fotografía del encuentro. V. Turégano.


Una invitación por parte de Samir Delgado al proyecto  Pase sin Llamar. Red de casas creativas (ver en Las Noticias de Cuenca) ha recapitulado trazas de mi recorrido desde otro punto de vista en el que teoría, práctica y aspavientos, quedan reunidos en un salón, en una posición. Definida como conferencia, más bien tendió al recital: una presentación que constaba del siguiente texto narrado por mi persona al tiempo que mostraba imágenes de artistas que trabajan la domesticidad.

Extracto de la presentación:



Bienvenido.

Pase, sin llamar.

Mi casa es tu casa.

Adelante, no seas tímido.

Si cuando nacemos, es del cuerpo de otro, si cuando vivimos, lo hacemos juntos, si necesitamos de la suave atadura, el lazo, el regazo, ¿cuál es la cualidad primaria de la humanidad?

¿No es la acogida, aceptación, inclusión… acaso lo imprescindible de nuestra manera de habitar como seres sociales y en tránsito?

La idea de hospitalidad como precisamente «esencia de la humanidad» estudiada por la psicoanalista, filósofa, escritora búlgara Julia Kristeva, nacionalizada francesa y fervientemente «acogida» en los Estados Unidos de América no deja de rondar así mis preocupaciones.

Y esto porque de hecho siempre partimos de nosotros mismos, en las empresas menos imprevistas «nuestra huella marca lo que hacemos, siempre yo, siempre nosotros».

Somos inevitables a nosotros mismos, por eso los traslados cuestionan el Ser mientras quien no se mueve o mejor, cree no necesitar moverse se ficciona y Es y pertenece a un mismo e inamovible escenario por defecto.

He resuelto eliminar el «ser» para dejarlo «estar».

Después de muchos traslados, no sólo físicos sino psíquicos a través de las personas que me abrieron sus puertas, lo que realmente me motiva a comunicar es esta «experiencia de la movilidad del mundo contemporáneo», en palabras de Nicolas Bourriaud, porque siempre nos estamos moviendo.

Así, la idea de hogar, lugar de fuego, fuero interno, lumbre, encuentro, me ha venido circundando precisamente por… por no querer enfriar mis energías, mis ganas.

Si la creación parte de vida y se afirma en el aportar otros puntos de vista, «de comunicar a los demás otra forma de ver el mundo», según el artista británico David Hockney, mi intención ha sido no traducir sino re-experimentar, afirmar la experiencia en el entorno doméstico desde la práctica creativa o si lo preferimos artística,  a mi modo de entender disuelta en vida, resultando lo mismo.

Así, este «Pase Sin Llamar» es el momento idóneo donde resolver esta necesidad creativa, por tanto comunicativa, ¿qué mejor lugar desde donde ejercer esta hospitalidad, dar la bienvenida, que la propia casa?

Comencemos nuestro viaje, chicos, comencemos la visita pues.

Anfitrión e invitado, dos condiciones, un mismo estar-juntos.

Primera parada

El portón, pero antes el timbre.

Lugar donde identificarnos y momento que precede al encuentro.

La magia entre la alarma y el saber. «¿Quién es?»

Una vez en el rellano, junto a la puerta, la mirilla como ojo vigilante que controla convoca un avistamiento que resguarda del equívoco, o incluso más, de una posible visita, envenenada.

Qué, quién, cuánto se esconde tras la mirilla.

Siempre en la puerta, tentadora, aunque en el fondo sabes que inofensiva, se impone, se impone malamente.
Pero hoy es diferente, todo apunta a que pases sin llamar, porque, porque… la puerta está entreabierta.

Segunda parada.

Mientras, o una vez abierta la puerta, observamos, rozamos, bajo nuestros pies, el felpudo, situado entre lo doméstico y lo salvaje.

Pasamos su criba, inscribimos en él lo que traíamos para limpiarnos por educación, sin mucho interés, purgarnos.

El felpudo es el índice de la casa que representa así te frotes más o menos en él.

Casi siempre impone una bienvenida, y casi nunca le contestamos como es debido, aún así, el felpudo es algo especial,

Ser privilegiado, único enser de la casa fuera de la casa.

Nadie, pero nadie, nadie, nadie lo roba.

Tercera parada.

Cruzando, la casa se abre al pasillo más o menos amplio, al recibidor, o al sofisticado hall, alguna maceta, algún espejo en el que identificarte en ese «otro» sitio, sitio del otro, sitiado otro, la morada, del anfitrión.

Espacio de tránsito, es ya seguro pero aún incierto, depende de la situación de las puertas de las contiguas habitaciones, de los animales de compañía, la luz, y de sus injusticias.

Cuarta parada.

El salón.

Los bailes de tu salón.

Con excepción del pasillo reservado para que aguarden la visita efímera de rigor, como mucho el técnico o el mensajero, es diáfano y por excelencia el espacio común de reunión en que los encuentros, en donde se «toma» algo.

El televisor, hoy denostado, como mueble reinante preside un espacio consagrado a los muebles más dignos de la casa, a la chimenea en su caso, y por supuesto al sofá, estructura de comodidad, cama auxiliar en caso de disputa.

El salón resulta en función de su apertura más o menos acogedor, en mi casa por ejemplo está siempre vacío, vacío de gente, al ser enorme y de tanto, frío, además… no hay televisor.

Sin  más remedio que aguarden ahí, las sillas, la mesa, conforman el decorado del encuentro y toma de decisiones, campo de operaciones.

Estructuras que completamos con nuestros cuerpos, al enfundarse en modo de mudanza consiguen expulsar su hálito siniestro, mesas y sillas, salón abandonado, cuarteto de fantasmas.

Quinta parada.

Aunque al salón se accede no con demasiados reparos, la cocina es un espacio más restringido.

Fábrica de maquinaciones, en ella se transforman las energías necesarias para nuestro organismo mediante un arsenal de acero inoxidable y teflón.

«No hay sordidez que impida trocar en mágico lo rutinario, no hay almirez que olvide mezclar el ajo con lo extraordinario». Decían las Vainica Doble.

Pero el salón no se entiende sin la cocina, si invitamos a alguien es  para algún consumo, a menudo si el invitado se excede puede acompañarnos en un «yo te ayudo con lo que sea» aunque lo niegues, terminantemente.

Una vez allí, lamentas su limpieza, aún hoy sigue siendo popular la tele en ella incrustada, y por ende, aquellos programas no tan elevados como los bailes de salón y en pantalla HD.

Bien animales, criaturas de hábito según los califica la artista Rosemarie Trockel, bien plantas, la cocina es un transformador.

Puede que lo que allí se cocine guste, pero de ello se hablará en el salón, o a lo sumo en la mesita auxiliar, campo de batalla instantánea, mata gusanos.

Mesas y sillas, refrigerador y ventilador, aspersor y microondas, los asuntos más chocantes, las guerras y los negocios, de ellos son testigos.

Y del olor.

Sexta parada.

Si el invitado pasa más tiempo de la cuenta llegará un momento en que concurra al siguiente estadio, cuestión biológica.

En el baño, lavabo, servicio, WC, nos encontramos con nuestro cuerpo, es un espacio radicalmente diferente, unipersonal, nos devuelve a nuestras necesidades más internas.

Precisamente por esta razón, aquello que allí pasa ha de considerarse relevante.

El papel higiénico nunca jamás está en su sitio, la tapa levantada o no, define y diferencia dos tipos de personas.

Los pelos, vestigios, indiscretos, son la prueba de que por allí pasamos, indiscriminadamente se afirman en cada rincón.

El jabón, si es pastilla de jabón, es un curioso mezclador, manualidad, oración compartida y demasiado compartida.

El frío en el baño nos conecta con la energía y la gestión de la energía de la propia etimología del  hogar, y puede ser desagradable para la desnudez.

Nunca entendí la ducha compartida, el embellecedor en el radiador.

Y, ¿qué decir del selfie frente al espejito mágico o nuestra angustiosa relación con la escobilla y las impurezas en la taza del retrete?

Séptima parada.

Durante este paseo, durante este «ven, que te enseño la casa» no proclamado, el pasillo nos lleva a determinadas imágenes, fotos, heráldica, recuerdos familiares, aperos y utensilios de limpieza, puede que incluso hayan vanos que jamás sepamos dónde conducen.

Y es apasionante.

El balcón o el patio, el jardín o la piscina, se convierten en anexos privilegiados donde hogar coincide plenamente con comodidad. Con, relax.

Pero nos queda alguna estancia fundamental, al margen, si la hay, de la habitación de los niños.

Octava y penúltima parada.

Dormitorio. A pesar del baño, el dormitorio es el máximo nivel de intimidad de la casa.

En él la cama, cualquier tipo de cama, con sus medidas reglamentarias afirma cómo nos acostamos, si estamos casados o la hacemos cada día.

La almohada, desgastada de intenciones, sudoraciones, propósitos y dolores, presencia el momento más vulnerable de nuestro día a día aparte del baño, por supuesto.

El tránsito, el cambio de estado: de conscientes a inconscientes, de despiertos a dormidos.
Dormir, bebé. Dormir como un bebé.

La habitación si bien es la estancia que más personalizamos, compartida, vaya una gestión.
Es el extremo, último pero también el primero para el amante, según urgencias.

El armario, con sus hábitos, es la recámara de nuestros gustos, donde nos ataviamos, nuestro corte transversal que deja al descubierto estratos.

La mesilla, la lámpara, la cómoda, el escritorio, configuran el entorno propicio a una orquestación que a menudo impregna sus «energías» en los pliegues de las sábanas, cartografías efímeras de nuestra corporeidad.

Ya sólo me toca poner en marcha el violín.

La habitación, sabemos, existe porque necesitamos un techo, un lugar que nos cubra, donde principalmente dormir, la madriguera, el refugio, el calor.

Se alquilan y se empiezan alquilando habitaciones.

No hay nada que suene mejor.

Quédate, quédate a dormir.

Última parada.

La revuelta, casa.

Tras la visita, el recorrido invertido nos ha hecho tomar conciencia de que aunque esa, según el anfitrión, es nuestra casa, «a cada pajarillo le parece bien su nido».

Sin embargo, conformar un nido requiere mobiliario, recursos, es cada vez más portátil la experiencia del nido, aquellos suecos rubitos lo saben en la sociedad de la movilidad, aceleración, ascensores, en la sociedad de lo espectacular integrado.

Y así, en este discurrir uno se encuentra de nuevo inevitablemente (porque puede evitar pasar por otras zonas de la casa) con el felpudo, convertido en mapa, en alfombra y ubica, a modo de GPS dice donde has estado, conoces el camino.

Felpudo que se despide en tus pies posiblemente quedando en él la mierda que llevarías  de fuera, por tanto, has quedado limpio y ese hogar ha quedado libre de trasladarse.

A veces al entrar hay que descalzarse.

Se cierra la puerta, bajas al portal.

No recuerdo el mapa, debo regresar, regresar a mis entrañas.

Pero vuelve, vuelve, cuando quieras.

Mi casa es tu casa.