Soy parecido a esos chiquillos que desmontan un despertador para saber qué es el tiempo.
Marcel Proust, citado por Roland Barthes en
Fragmentos de un discurso amoroso.
Fragmentos de un discurso amoroso.
Estela Miguel. Espacios cósmicos en construcción y otros lugares habitados. (Detalle). |
Re˗llano. Re˗encuentro. Es, Estela. Sí, sin lugar a dudas era aquella chica a quien había conocido a principios de septiembre, días antes marchar a Bilbao. Así, esbozó con su mirada un «¿te acuerdas de mí?» que, aunque inevitable, efectivamente innecesario. Estela resulta complicada de olvidar pues a pesar de aquel fugaz encuentro, ella es de esas escasas miradas fijas que cuando comienzan se quedan, ni tan siquiera titubean, y que, deseosas de leer entre líneas, parecen retar a la par que te demuestran que cuando se dirigen lo hacen con todas las de la ley, con tanta atención que te obliga a tomar en consideración cada palabra, cada entonación, cada gesto, porque apenas te enuncies ya parece haber tomado tu mensaje, por, para, sí, misma.
En aquel primer
encuentro apenas si hablamos de su estancia en Brasil debido a una beca de
intercambio, país del que recién regresaba. A pesar de aquellos escasos minutos
mientras yo precisamente andaba en el montaje de mi exposición me dio tiempo, sí, me dio tiempo a quedarme curioso; posteriormente pregunté por ella. ¿Qué procesos e inquietudes se esconderían
en aquella artista (natural de Cuenca) a quien en apenas unos minutos vi esto tan especial? Me hablaron de dibujos, animales, naturaleza… a
lo que añado, añado automáticamente: domesticidad –vaya una sorpresa.
Ahora, cuatro meses después, en aquel rellano –improbable lugar de encuentro sobre todo cuando ninguno de los dos vive en el mismo edificio– donde varios amigos aguardábamos a la espera de una exposición (en un domicilio particular) al comentarme acerca de su futura exposición motivo de aquella breve visita a Cuenca, pude satisfacer mi interés por un trabajo que, ni que fuera sólo por el conjunto de confluencias que se hilan a la cotidianidad del hacer en el «descoloque», al menos éstas iban a quedar latentes en ese hacer que, como no podía ser de otra manera... venía a hablar del fragmento.
Ahora, cuatro meses después, en aquel rellano –improbable lugar de encuentro sobre todo cuando ninguno de los dos vive en el mismo edificio– donde varios amigos aguardábamos a la espera de una exposición (en un domicilio particular) al comentarme acerca de su futura exposición motivo de aquella breve visita a Cuenca, pude satisfacer mi interés por un trabajo que, ni que fuera sólo por el conjunto de confluencias que se hilan a la cotidianidad del hacer en el «descoloque», al menos éstas iban a quedar latentes en ese hacer que, como no podía ser de otra manera... venía a hablar del fragmento.
También tuve mi etapa fuera,
inevitablemente la empatía. La experiencia de la movilidad es un grado, o dos, algunos ya desertamos
de transportar enormes obras. Transportar, mejor, nuestros grandes, inmensos mundos a ellas. Sí, es más pertinente.
«Espacios cósmicos en
construcción y otros lugares habitados», vaya otra sorpresa. Y me pregunto: ¿Qué
será esta necesidad de unir, «de hilar» casi siempre restos de
cosas, de engarzarlas en el dichoso cosmos que todo lo adhiere y sostenerlas así
como virtualmente en el plano expositivo a modo de nostalgia –dilucidemos– neodadaísta [1]?
Es voluminoso el número de artistas y de artistas recién nacidos que en
nuestros días recurren a este imaginario, que creo, e incluso muchas veces advierto,
tiene su poso en la obra (de los años sesenta y setenta) del artista belga Guy
Mees. A pesar de la amplia distancia en todos los aspectos, Mees sintetizaba y
concretaba esta obsesión por el lenguaje, mejor, por el estiramiento de un
lenguaje, siendo realmente un pionero en «dibujar el espacio» (que no en el
espacio) a través de la forma, el color y sobre todo, algo a lo que me gustaría
apuntar especialmente: la textura. A propósito, tuve la oportunidad en mi
estancia en Barcelona de ver muchos artistas centrados en estos discursos
formales y espaciales, dos de ellos compañeros
provenientes de la facultad de Bellas Artes a los que recuerdo con especial
cariño: Joan Benassar Cerdà [2],
Anita Veracruz [3].
Así, Estela, en la
sala de exposiciones de la facultad de Bellas Artes de Cuenca nos envuelve en
un conjunto de cosas o fragmentos de cosas: objetos, cerámicas, esculturas,
instalaciones, dibujos… todos de pequeño formato, se
entretejen y sugieren la necesidad de encontrarse ˗lo cual susceptible de una
cuota de pérdida˗
en las formas orgánicas de la naturaleza: «Una vaina, una seta, frutas, piedras
y crisálidas. Fragmentos de la naturaleza que me atrapan por su forma, por la
ausencia de ese ángulo recto, artificial, impuesto hoy en las construcciones,
en los mapas, en los objetos», sostiene. Es curioso que menciona el mapa y a la
par lo recrea a través de recorridos, lógicamente pero, ¿qué es el mapa sino la
insistencia en decodificar el recorrido?, ¿qué es el recorrido sino una experiencia
sobre el espacio?
Estela, a través de
formas que recuerdan eso, vainas, pero también conchas, corales, formaciones
rocosas, moluscos, ramas, plumas (y todo tipo de preciosistas anécdotas de la naturaleza) ha
transformado, y ha transformado la escala de este espacio expositivo: es ahí
donde simbólicamente nos hace penetrar el mapa. Recurso popular, ¿qué más añadir
acerca «de la necesidad de mapas» [4]
o de las «cartografías contemporáneas» [5]? Comprendemos ese interés hoy por encontrar en mayúsculas la ubicación.
Precisamente un artista, Mateo Maté, afirmaba que hoy nuestros entornos como
cartografías indescriptibles en las que lo íntimo y lo social se disuelven
sugieren un renovar la experiencia, la intuición en detrimento del uso
funcional o lógico de los objetos [6].
Así, recuerdo (me es inevitable) alguna de las letras de Vainica Doble:
«Escucha las melodías que canta el agua por las cañerías, pregunta por qué
suspira la olla exprés al fuego cada día» [7].
De hecho, Estela se deshace de todo objeto y por tanto de todo sujeto, según ella, «evitando
toda presencia humana, donde la forma orgánica, el mundo natural se apropia del
espacio».
Pese a la influencia
de Mees sobre todo en la configuración fragmentaria del espacio, las
estructuras de Monique Bastians parecen ser su punto de referencia «deliberado»
a la hora de crear. Los procesos naturales y biológicos, los insectos y las
plantas, estas envolturas gigantescas que son las esculturas de la artista
(también) belga, sí que tienen que ver con esta recurrencia a ˗seleccionemos dos de
sus elementos, figuras más reconocibles˗
la concha y la vaina. ¿Qué son éstos si no espacios para guarecerse o reposar?,
¿no son espacios donde ese ser pequeño, locuelo, crece, se nutre y germina? No es gratuita
la inclusión del «habitar» en el título de su proyecto. Y aunque combina sus
creaciones o construcciones en papel (collages) con diferentes texturas,
colores y elementos «salientes», como sus cerámicas, las cuales ha dispuesto
alrededor de toda la sala, coloca en el centro, en el suelo, un círculo
encadenado que ha conformado con esculturas pequeñas en barro, contiguas, que emulan
un próximo florecer y recalcan aún más la necesidad de germinar, aludiendo
simbólicamente a la vida y sus rotaciones cíclicas. Esta fuerza rotativa hace
inmiscuirnos desde muchos puntos de vista dentro de esta sala que, aunque pequeña,
cuadrada, ha conseguido por unos momentos romper con el recorrido tipo.
Algunas de las obras
sobre papel no son ajenas a Cy Twobly (véase la imagen con la que comienzo este escrito) en cuanto que dejan entrever su interés
por el signo, la insistencia, su ensayo, su error, su desorden, a través del
lápiz, que posteriormente enlaza con sus figuras en color pintadas con gouache,
acrílico o acuarela. Así este cosmos cobra fuerza y juega, con los recorridos
que acabamos de citar, con este deseo de orden. Precisamente en uno de los
textos del catálogo de la exposición de Rosemarie Trockel, Un cosmos (2012) encontramos
una definición convincente: «Los pensadores presocráticos emplearon el término
cosmos, que en griego clásico denotaba el orden. Sin embargo, su sentido
original ha pasado a las lenguas modernas como “el conjunto de las cosas
creadas” o en su acepción más popular, como referencia al universo o al espacio
exterior» [8].
Y es posible que en ese
viraje semántico (del orden al espacio) se halla la pertinencia de su uso a día
de hoy, en un momento en que la interfaz es residencia y define (de hecho,
constantemente) dentro y fuera, realidad y representación, y ¿cómo no?, lo
artificial y lo orgánico, la pauta y el diálogo, el borde y las salidas de ese
borde.
Enlace a su
web: http://estelamiguel.com/
[1] Recalcar el uso de este término como evidencia del reciclaje de ciertos símbolos de la que es considerada revolución
incompleta. «Sea cual fuere su eficacia
para un público necesariamente restringido, esos gestos singulares (el proceso
de devaluación de la obra, refiriéndose a menudo y de manera explícita a
Duchamp) que han sido interpretados como una burla a los altos valores de la
creación artística, no pueden ocultar que fueron la continuación, o la recuperación, y sobre todo la transformación del
proceso histórico de devaluación de la obra emprendido por el dadá. El
primer manifiesto dadá de Berlín (1916) declaraba: la palabra DADÁ simboliza la
más primitiva relación con la realidad
circundante; con el Dadaísmo adquiere carta de naturaleza una realidad
nueva». Jean-Françoise Chevrier, El año 1967. El objeto de arte y la cosa pública. O los avatares de la
conquista del espacio, Brumaria 27, Madrid, 2013, p. 19.
[2] Aquí las
imágenes de su exposición en Halfhouse,
Barcelona, en 2013: http://www.halfhouse.org/joan-bennassar-cerdagrave.html
[4] Fredric Jameson (1984), El posmodernismo o la lógica cultural del
capitalismo avanzado, Paidós, Barcelona, 1991.
[5] La exposición colectiva Cartografías Contemporáneas. Dibujando el
pensamiento organizada por la Caixa Forum fue llevada a Madrid y Barcelona
en 2012.
[6] Reseña de la exposición Universo Personal de Mateo Maté. En <http://www.museoreinasofia.es/exposiciones/mateo-mate-universo-personal> (consultado
06-09-2014).
[7] Vainica Doble, La cocinita
mágica, canción perteneciente a su álbum El
eslabón perdido, 1979.
[8] AA. VV., Rosemarie Trockel. Un cosmos, (cat.
exp.) Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 2012, p. 9.