"Haciendo carnavales en la esquina de una casa"

Atención: varios palabros seguidos.

La extraordinariedad y la ocasionalidad del carnaval, junto con su efusividad –de hecho esa probablemente sea su más cercana definición: lo efusivo (“que siente o manifiesta efusión”, esto es, “expansión e intensidad en los afectos”)– es posible que refleje nuestra necesidad antropológica de transformismo, nuestro ser por un momento otro, también lo llaman coqueteo, aunque –y esto habrá que repetirlo, varias veces, varias veces– solo por un rato.

Solo los días apropiados. Los días consensuados. Y ante todo, todos juntos. No vayas disfrazado por ahí solo, o a destiempo. Es como cuando tienes que esperar a tu grupo de amigos solo en el bar, y llegan tarde. En fin, aquí me viene a huevo aquello que cantaba Vanesa Martín: “haciendo carnavales en la esquina de una casa”. ¿No te entran ganas de sentirte esquina, de llorar?

Porque… ¿Qué pasa con el disfraz fuera de este tiempo in-corporado, en-mascarado? (clave es aquí la cópula, el guion, el intersticio) Que se resuelve como abyecto. Mientras hay carnaval se suprime el toque de queda. Todo son licencias. Baile de máscaras. Es probable que, de haber (barra) necesitar un origen, este sea el de la des-identidad.

Hago un inciso, Filosofía y carnaval, el texto de Eugenio Trías… no quiero ser osado, pero diría que una proto-investigación queer ya de los setenta en España.

“Podemos decir, en efecto: Yo ahora ya soy yo. En efecto: me reconozco en el carnet. El cogito pasa siempre por la Comisaría de distrito. El ego es eso: un trozo de papel, a veces recubierto de plástico”.

“La idea de “persona” debería sustituirse por la idea de “máscara” o “disfraz”: pues la persona o el yo esconde, bajo su aparente unidad, una multiplicidad. (…) No hay unidad sino desdoblamientos y travesti”.

Bien, retomando la cuestión del origen…

¿Por qué a los bebés se les disfraza tanto? ¿Por qué a los bebés se les fotografía tanto disfrazados? Recuperando mi álbum familiar, el otro día, aparezco casi siempre disfrazada. Y sin embargo, no recuerdo mi infancia como un carnaval. Es muy significativo. Puede que los bebés rellenen ese goce que culturalmente nosotros adultos nos hemos auto-impuesto, y reflejan claramente lo que somos en términos heideggerianos: nada más que materia, por no decir mierda, abocada a sus posibles. Pero cuando llegues al campo social normalizado, a la escuela, todo cambiará, tu cambiarás, como cantaba Nino Bravo.

Sí, de necesitar un origen ese es el del constante probar otros disfraces porque en definitiva, y claramente: no nos soportamos. ¿Quién puede acarrear el peso de su historia –narración– de forma cotidiana sin tomar algo este finde? Al fin y al cabo nación y narración –esto ya lo dijo Homi K. Bhabha– son lo mismo, son contadas por otro, es para que tengas tu story, c’mon. Qué nos gusta hablar de nacionalismo en la barra del bar...

Lo extraordinario, lo ocasional del carnaval (me) resulta tan siniestro y perverso como los mundiales de fútbol y todo ese tipo de megaeventos-megaafectos, porque al fin y al cabo, de lo que se trata es de estar sumido, por unas horas, en una suerte de hampa que en definitiva es una ilusión de comunión. ¡Es la comunión! Al final la comunión solo es el relleno de una angustia, es la fécula de patata en las salchichas. Y la crítica queda, efectivamente, emborrachada, o más triste: empachada. Ya me lo han dicho: qué cosas dices.

Decía Zygmunt Bauman, actualizando en buena medida los contenidos de Guy Debord, que somos comunidades de guardarropa. Por otro lado, el rico quiere emplear los códigos del pobre y viceversa. Así que se confundió al recoger el abrigo, y ya no hay remedio: nos pone.

El trap, el estilo urbano. Nos vestimos unos de otras. Los tatuajes en tanto signo de distinción y prosperidad, de relleno. Pronto accederemos a becas para tatuarnos, porque no podremos ir por ahí en blanco. Y como hará más calor, más lienzo para mostrar. Demuestra que no eres un robot.

“Me disfrazo de ti, te disfrazas de mi. Y jugamos a ser dos gatos que no se quieren dormir”, cantaba Zahara. Venga, otro redbull para esto de la resaca.

En fin… ¿Qué sientes? ¿No se te ha caído ya la peluca?