El Otro Borroso. O «No Del Todo Determinativo».









My burning home
Alba María Velázquez







La narración se ha convertido en la metáfora central que ayuda a comprender nuestra búsqueda sin fin de la decodificación del sentido humano. Clifford Geertz ha definido la cultura como «el conjunto de historias que contamos sobre nosotros mismos».
 
Jeffrey Weeks, 2001.


Cuando al «uno» es recordado su naturaleza diariamente, cuando la definición de ese uno resulta cotidiana en palabras de los demás desde el insulto al halago, su diferencia de ese «resto» (indefinido o que al menos no ha precisado definirse) le convierte en «otro», otro justificado por aquello que «es».

El asedio que lleva implícita la manifestación de la diferencia por las mismas calles donde transita ese «resto» conduce a un tambaleo de la identidad, cuanto peor el establecimiento de juicios acerca de su propia «normalidad». Precisamente ese tambaleo no es experimentado por el «normalizado»[1], aquel que reúne requisitos consensuados que no son más que la promesa de una «supervivencia» o tendencia a la «verticalidad» en su desarrollo reflexivo, y aquí englobamos dualidades: masculinidad frente a feminidad, «lo que está de moda»[2] frente al underground , actividad frente a pasividad, el motivo, el referente y el aclamado frente al fracasado, el silenciado o simplemente el que no hace ruido…

Pero sabido es, aquello que corrompe, que se «desvía» de esa mirada oficial, en definitiva lo no acostumbrado, o mejor, lo no «domesticado» (remitiéndonos a la etimología) puede generar deseo. «Solicitación y veracidad» según Jean Baudrillard pertenecientes a la compulsión de la imagen se advierten temerosas de que incluso lo rechazado, lo marginal pueda colarse en la oficialidad poniendo en evidencia esos «huecos» que describe Sergio Rubira:


La vida se había convertido en un juego de débiles equilibrios que en cualquier momento podían romperse. Un acontecimiento, el más pequeño, era capaz de destruir las paredes de la urna en la que te habías guardado. Lo que te protegía, lo que te daba seguridad, era más frágil que tú. Lo que suponías fuerte, el cristal, podía resquebrajarse en cualquier momento y, al darte cuenta, te arriesgaste a romperlo antes de que alguien lo hiciera por ti. Te cortaste al salir. Sin embargo ahora te has descubierto reflejado en unos cristales, los de las ventanillas del tren, recomponiendo, trozo a trozo, etapa a etapa, lo que destrozaste. Pero, aunque intentas hacerlo delicadamente, la tarea es irrealizable porque, por mucho que el pegamento una, siempre quedarán huecos por los que fugarse.[3]



Lo abyecto, aquello expulsado, pero lo expulsado de uno, es aquello que también ha estado «dentro» pero para luego ser «devuelto» ¿Y de qué manera? Este sentimiento, o más bien esta definición de lo abyecto demuestra que dicha «categoría estética»[4] está tan presente en la vida corriente que tal vez tenga relevancia hoy en el contexto artístico actual situado algo más allá de la posmodernidad en que las épicas luchas pasan a la escala liliputiense de los combates cotidianos o «alcances inmediatos» –apuntando un término de Paul Ardenne.

En estos combates, el orden del falo, o lo que se ha denominado falocentrismo adquiere a mi modesto entender cariz de pistolero, es el armado, es el guerrero, y el falo es un rifle. Vemos, la supervivencia del individuo o de nuevo la «promesa» de supervivencia se advierte en el arma, el uniforme, aquello con qué camuflarse pues el día a día «se inventa con mil maneras de cazar furtivamente los dominios de los otros»[5]. Atención: los dominios de los otros. Llevando así la terminología bélica al terreno de las relaciones –cosa que probablemente no haya que «llevar» sino que francamente «está»–  el desvío, el traspié o incluso el señuelo es lapidado en una sociedad en la que somos definidos en función de nuestro sexo. Weeks plantea: «la pregunta que debamos hacernos es por qué la sexualidad se ha vuelto tan importante para definición del yo y de la normalidad»[6] ¿Será que esa definición no encierra más que una diatriba que ensalza toda contención o necesidad de instalar diques en el pantano que es el reino del deseo? ¿Por qué la contención como respuesta a una supuesta agresión? ¿Quién agrede a quién? ¿Por qué se han sentido ofendidos? ¿Será –sospecho– que, puestos en la necesidad de definirnos debamos hacerlo no tanto por «lo que somos» (ser: siempre) sino –y este es el conflicto e incluso error del lenguaje– por «lo que estamos» (estar: en este momento) –aún a pesar de la falta ortográfica?

Desde luego, resulta peligroso desmantelar o replantear cualquier esencia, esto es, cuando el «uno» es así, o siempre ha creído que es así e incluso se enorgullece de «ser así». De hecho, los que temen al improviso, al tiempo real, a lo discontinuo, lo fluctuoso, buscan en la trascendencia una definición de su ser sin percatarse de que es el lenguaje el que nos ha «trascendido» a nosotros mismos. La repetición que en sí es la palabra es ese asedio, es la que configura el mito, conforma el tótem y la tumba en un «ya quedará». Y rodeados de repeticiones romper el lenguaje, destruir el significado, la definición y, como apunta Rosa Olivares, «la mirada» en el momento en que hablamos de nosotros hoy, ahora, en el presente, implicaría, así, una «desvinculación». 

Desvinculación en un mundo de hipervínculos y etiquetas, que no son más que –nuevamente pero ahora en el sentido contrario– «señuelos» para los motores de búsqueda. Creo esta desvinculación la que puede llevarnos en definitiva a ser más libres y experimentar las relaciones entre «unos y otros» sin las constricciones, sin el empeño de comprender, legitimar el yo en primera instancia (recordemos los genitales como primer determinante y significante del bebé recién nacido) para «comprender el yo mediante la comprensión del sexo»[7].

No hacen falta añadiduras ni explicaciones a aquello que sabemos se nos escapa y no podemos remediar y de hecho nos turba y obsesiona que se nos escape. Cuando pretendemos encarcelar, delimitar el deseo es cuando aparece el desvío. De no ser así, no habría diferencia entre carreteras comarcales y autovías, incluso autopistas de peaje, serían todos senderos precisamente intercambiables, movibles, carriles borrosos, e incluso muchos en obra, sería (y perdonen la astracanada) un «campo expandido» de circulaciones, circulaciones sin códigos ni metas, sin centros ni periferias no hace falta descentrar a unos para centrar a otros[8]

Con sus choques y atascos, idas y venidas, como la vida misma, desde la toma individual una circulación libre busca su dirección en el otro, y, cuando no, su «re-dirección». 


Agradecimientos a Alba María Velázquez http://www.albamariavelazquez.com/ 


 


[1] Félix Guattari habla del «campo social normalizado» como la entrada en el mundo de los valores y las categorías y que generalmente tienen que ver con el paso de distintas etapas vitales, por ejemplo la escolarización de los niños, la entrada en la universidad o la emancipación de la unidad familiar. Ver Félix Guattari (1986) y Suely Rolnik, Micropolítica. Cartografías del deseo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2006.
[2] El trabajo de la artista alemana Rosemarie Trockel ha girado en torno al escrutinio de los discursos autoritarios que legitiman tanto ciertas prácticas artísticas como sociales, enmarcando su obra en una estética no sólo pero generalmente asociada a los feminismos.
[3] Texto de Sergio Rubira en AA. VV., Mateo Maté. Viajo para conocer mi geografía, (cat. exp.), Fundació Sa Nostra, Ibiza, 2002, p. 67.
[4] Rocío de La Villa, «El goce de lo abyecto» en Exitbook. Revista semestral de libros de arte y cultura visual, nº 13, 2010, p. 90.
[5] Michel de Certeau (1980), «De las prácticas cotidianas de oposición» en AA. VV., Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2001, p. 391.
[6] Jeffrey Weeks, Sexualidad, Paidós-UNAM, 1998, p. 77.
[7] Ibídem.
[8] «Todo el mundo puede aprender a centrarse en otra experiencia, validarla y juzgarla según sus propios criterios, sin la necesidad de comparar o adoptar ese marco como propio. De este modo no hace falta descentrar a nadie para centrar a alguien: lo que hay que hacer de forma consciente y adecuada es “desplazar el centro”». Cit Elsa Barkley Brown en Griselda Pollock, <«El feminismo: un fenómeno mundial que llegó incluso a la universidad. Reflexiones sobre la influencia del feminismo en el pensamiento y arte desde 1970» en AA. VV., La Batalla de los Géneros, (cat. exp.), Centro Galego de Arte Contemporanea, Santiago de Compostela, 2007, p. 94.

Post Scriptum O de Cómo Cerrar Episodios.




Para Claudio Eliano, en su libro Historia Animalum, lo importante no son los géneros o especies, ni la descripción fisiológica de los animales, sino la mezcla de todo lo imaginado o fabulado sobre ellos, incluso sus posibles usos mágicos y terapéuticos. Le interesan más los comportamientos de los animales y las moralidades de las que son ejemplo esos comportamientos.

Mateo Maté, entrevista por Tania Pardo, 2002.


Ganas: empuje, necesidad, o «deseo, apetito, voluntad de algo», según el diccionario de la RAE. Redirigir: buscar otra vía al impulso que certifica esa necesidad o «enderezar, llevar correctamente algo hacia un término o lugar señalado». Las ganas se redirigen cuando nuestros deseos no encuentran redención o cumplimiento, chocan con la realidad.










José L. Panea
Vista de la instalación


«No todo es posible» -dicen-, y dentro de «las vidas posibles» elegir la que más se adecue a las circunstancias de cada uno no quiere decir que ésta lo haga totalmente, posiblemente haya que «recoger», «recolectar» de otros lados para completar lo que sería una vida propia. Y ésta es la tarea más importante que llevamos a cabo en nuestras vidas: elegirla. Ésta, nos han vendido, ha de ser estable pero el espectro contiene millones de constelaciones, resuellos, nomadismos no registrados en esa «estabilidad establecida». Lo establecido funciona, es la costumbre, hábito, modelo a seguir y como modelo marca la pauta para no gastar demasiado tiempo en buscarse una vida de entre todas las que hay... Si tenemos un modelo válido que sabemos soluciona problemas y ahorra tiempo, ¿para qué complicarse pensando en otras vidas o en cambiar de vida? Creo que en esas «otras vidas», otras posibilidades reside la tarea artística en sí misma: aportar puntos de vista.

Esta exposición ha partido de una necesidad de hablar de todo esto, de las elecciones que hacemos, tomas de partido concretamente en el escenario doméstico, tomas fragmentadas y a menudo desquiciadas y un intento de «ordenar apuntes» [1], de recolocar fragmentos de tiempo aún sabiendo que se nos escapa (la vida) por la más mínima pitera. A la hora de trabajar la preocupación acerca del cómo contar más que el qué contar obedece a una actitud de adaptación, de ser ecológico [2], de entender que realmente los significados están ya en el cómo se coloca, de qué manera se emplaza y al lado de con qué. La sensación de pérdida de raíces, una identificación constante con el movimiento  conceptual, la estética relacional y la necesidad de adecuar mi mensaje a los imponderables de las circunstancias actuales me llevan a trabajar con cosas, y concretamente cosas livianas, símbolos, emblemas de lo callado y lo discreto, con lo insignificante del día a día porque es de lo que puedo hablar con más cercanía y seguridad, más que del tótem inválido: demasiado tiempo arrodillándonos ante Él.

El hogar, centro de mi trabajo, se manifiesta como la presentación del primer límite que todos establecemos: con quién lo compartimos, dónde lo compartimos. Una vez el felpudo y la puerta de la casa se van sumando fronteras, resquicios que sedimentan intereses, poderes. Un ejemplo de ello lo encuentro en una historia personal que aún sigo sin resolver. En los pueblos de mi zona se suelen colocar botellas llenas de agua y cerradas en las fachadas de las casas, especialmente durante los meses de verano. Esta imagen conforma uno de los acertijos del jeroglífico que es para mí el hogar y ha sido siempre, ya desde muy pequeño. ¿Para qué semejante sistema? ¿Para qué tal colocación o mejor, recolocación? La respuesta era que de esta manera, al ver las botellas los animales como los gatos o los perros no orinaban sobre la fachada. Triunfales, las botellas rellenas en torno a la puerta del hogar consistían en una entrada por todo lo alto en la que ya había una pista clara de quien no podía entrar. ¿Animales salvajes?, ¿animales domésticos?

Hablando con mi madre, le sugerí que hiciera las fotos de aquellos rotundos bodegones. Ella no veía ningún sentido en ello, de hecho le parecía una tontería, lo era, pero insistí. Así, con la escasa calidad de su teléfono móvil me proporcionó tres imágenes realmente espectrales, hechas con la ingenuidad de quien hace lo que sea por sus hijos. La madre es el origen del hogar, la madre en primera instancia es el hogar, el vientre, calor y resguardo -el claustro materno. Sus fotos de la fachada triunfal fueron finalmente empleadas en el cartel de «Redirigir, ganas»: si estoy hablando de redirigir, ¿para qué colocar mi nombre en el cartel? En su lugar coloqué la reproducción de la obra de mi madre con su ficha técnica. Todo el que no me conocía podría pensar que era la exposición de una mujer. Y eso era lo mejor.

La exposición ocupa dos salas, la «sala pequeña», de forma cuadrada, de unos 7,30 metros cuadrados y la «sala larga», que como su nombre indica es mucho más larga -unos 7,30 x 21, 3 metros. Una vez despistados tras observar el cartel al entrar en la sala pequeña el espectador se siente en duda: «¿He de entrar o no?». En ella la intervención es muy sutil e incluso no del todo perceptible: he salpicado todo el suelo con serrín y he instalado cinco líneas paralelas rectas de lana que rodean las cuatro paredes a una altura considerable y a modo de cenefa, las cuales no se llegan del todo a percibir desde fuera. El hecho de pisar el serrín nos remite a la idea de que algo ahí se está limpiando y me llegaron incluso a preguntar, ya inaugurada la exposición, si estaba «recogiendo» la sala. Una vez dentro, cosa que no todo el mundo se atreve a hacer pues la discreción lo frena, la mirada lleva al elemento que preside la sala, pero en el suelo de la sala, emergiendo de aquella maraña de serrín: se trata de una lata de galletas danesas, elemento cotidiano también por ser la lata en la que las abuelas suelen guardar la costura, o en el caso de mi abuela las medicinas. Destapada  y prácticamente vacía recuerda a esa sensación de vacío del niño que, como yo, nunca había visto allí esas suculentas galletas que se anunciaban en la foto de la tapa. Tapa destapada. Sin embargo, la caja ahora alberga confetis, pero confetis de color blanco, perímetros que creías redondos y separados de la masa son anómalos. Colores que creías de colores y son blancos. Confetis que puedes emplazarlos a modo de «negras» como tus propias notas en el pentagrama que delimita la sala.








José L. Panea
Vista de la instalación



En la parte alta de la pared, como hemos comentado, ligeramente por encima del nivel de los ojos unas cinco líneas paralelas de lana azul celeste conforman ese pentagrama sin fin, una cenefa que envuelve la sala. Pegadas mínimamente y tensas, estas líneas reflejan la pauta a la que ajustarse o el deseo de orquestar el espacio más íntimo. ¿Violines? ¿dónde? No se escuchan. Es un pentagrama vacío. El suelo con su dibujo involuntario conformado por las pisadas de los espectadores y la pared delineada avisando de la rigidez a la que abstenerse niegan la mirada del que espera recibir algún placer visual del objeto estético a la altura de los ojos –y pasa a percatarse del espacio y cómo la mirada lo transforma. Esta sensación es acrecentada al recalcar el papel de la luz en esta sala: luz mínima en la que se configura un ambiente de sospecha en el que el ir descubriendo, recrearse en los recovecos.

Por último hay un elemento que se involucra en la sala aunque colocado discretamente sobre el radiador. Se trata de un rollo de papel higiénico. Son ya muchas las veces que en las casas en las que he ido viviendo y las de mis amigos el rollo campa libremente por la casa dejando en evidencia el lugar donde debería de estar. Esto suscita las manías de mucha gente, como el levantar o no la tapa del retrete y toda una serie de fobias. El baño es una zona de conflicto pues el papel higiénico es el último adiós a lo que dejas de ti y éste necesita una despedida también triunfal. Lo que dejas de ti se refiere a todo tipo de fluidos que necesitan salir, y cuando salen y el papel higiénico no está… ¿qué territorio les pertenece a esos fluidos? No en vano el rollo de papel está recolocado sobre el radiador y encima de él hay dos alambres típicos del pan de molde que encontré mientras montaba en la misma sala. A modo de juego, estos alambres son siempre elementos tan libres y liberadores que, cargados de poesía, se configuran espontáneamente en el conjunto.
El deseo se configura en la pérdida, la falta. Como falta, como algo incompleto el fragmento -según Gaston Bachelard- es el punto desde el cual se organiza nuestra temporalidad.



La segunda sala que forma parte de la exposición, la «sala larga», se plantea de una manera diferente. Mientras que en la primera el centro se situaba en el espectador el cual se sentía apelado y preso en ese espacio tan vacío porque era «lleno de él», en esta segunda sala el movimiento deja mayor margen de maniobra o dispersión. Al entrar nos encontramos con una peana con un diccionario ilustrado abierto por la página de «Los Mamíferos». Pero si queremos leerlo (verlo en posición recta) hemos de colocarnos o re-colocarnos hacia la derecha y si entonces levantamos la mirada vemos de frente – al fondo de la sala en la pared de enfrente –  una imagen proyectada de un dibujo de mi infancia y un círculo de delfines en el suelo y dos collages formados por bolsitas de té en las paredes laterales. Parece como si el libro tuviera las claves para «entender» el conglomerado de significados que allí se muestran. Parece un altar, un espacio, la peana, desde el que ejercer autoridad, una «autoridad mamífera». Además hay una mancha de café que sutilmente impregna la imagen de la página ilustrada donde aparece el dibujo de la cerda amamantando a sus crías. Imagen hogareña, imagen tierna asociada al animal más rentable pero lleno de connotaciones en torno a la higiene. Lo más curioso ha sido cómo el público ha sentido la necesidad de mover las páginas del diccionario, incluso de buscar significados en un diccionario destinado a niños y adolescentes –lo gané en un concurso literario con unos quince años. El siguiente punto ha sido el sudario, o mejor, los «sudarios». El peso visual de los dos collages formados con bolsitas de té suelen ser la siguiente parada del espectador que se recrea en las formas que el té ha marcado sobre sus bolsitas en los veinte minutos de reposo en los que dejo mis deseos en remojo. Una vez exhumada cada bolsita de té el resultado es un sudario, un dibujo involuntario, «la cara b» de ese momento que me he regalado a mi mismo o he compartido con alguien. El hecho de colocar cada sudario en la pared (a modo de cuadro), único e irrepetible, uno junto a otro forma a base de fragmentos un fragmento mayor –sabemos que al final de la vida sólo recordaremos fragmentos. Dividir en dos todas mis radiografías hechas a base de té no es casual. ¿Son dos cuadros? ¿Son pintura por estar dispuestos así? Se trata de un intento de separar, analizar, disecar cosas que en la vida son inseparables –no hay tragedias absolutas [3].


















José L. Panea
Vista de la instalación

Para el curioso, mirar a las cartelas le suscita preguntas. Preguntas porque hay ciertos elementos camuflados, referentes a lo uniforme como son (y están cerca de los sudarios) dos bolitas antipolillas colocadas en una esquina (¿se han perdido?). También el grabado que me regaló una amiga con la imagen de una ecografía, en la que aparece ella –colocado tras el radiador, el calor junto al calor, nuevamente el claustro materno. Pero la imagen que centra la mirada del espectador es el círculo de delfines dibujado en el suelo con serrín. El dibujo se titula Purgatorio y son un motivo de delfines repetido a modo de círculo en el suelo. Están dibujados a partir de una plantilla y redefinidos posteriormente a mano. La tensión de sus perímetros, sus pequeñas anomalías y su gran tamaño generan una fuerza centrífuga que dinamiza el centro de la sala y nos devuelve de nuevo la mirada al suelo, corrompiendo nuevamente lo que creíamos (o queríamos) ver. La imagen es extraída de una pieza de Félix González-Torres (Untitled, 1990) que normalmente instalaba en pareja (círculo más círculo: símbolo de infinito). Aquí el círculo está desprendido de su par y el delfín no es fértil, es serrín, no es fluctuoso, no es agua, es una tierra baldía de la que no puede crecer nada, nada de nada.

A pesar de que la iluminación juega al escondite, otra pieza se encuentra (para quien quiera buscar) al lado de este círculo centrífugo: se trata de unas hojas de cuaderno en tamaño cuartilla donde mi anterior compañera de piso que era búlgara escribía palabras en español las cuales repetía en toda la superficie de la hoja para así memorizarlas y aprenderlas. Me sorprenden palabras como «acurrucarse», «desesperar», «peluche» o «añicos», palabras muy específicas para el que sería un nivel básico de español correspondiente a su aprendizaje en su estancia por unos meses en España. Desordenadas, mal puestas, quitadas de su anilla, estas hojas recrean el caos al que nos vemos abocados ante el lenguaje y nuestros intentos de organizarlo. El dibujo involuntario aquí formado, las formas repetitivas y cargadas de movimiento, me hacen pensar que ésta ha sido la adquisición de una de las obras conceptuales más valiosas a las que haya podido acceder. Y lo mejor es que ella ni lo sospecha.

Una vez batida la segunda parte de la sala, nos queda penetrar un espacio, el único no iluminado de la sala. En él, como dijimos antes, se encuentra una imagen proyectada de un dibujo de mi infancia. Lo realicé con unos seis o siete años y en él represento una cena de navidad. En ella aparece una familia europea cenando con personas de otras razas y un perro. Dos de esas personas son niños y están a la altura del perro que con placer roe un hueso mientras estos niños (extranjeros) juegan –uno de hecho es un regalo de navidad. La diferencia jerárquica entre adultos y niños, el reparto del espacio me pareció interesante, pues está delimitado a base de líneas de rotulador implacables, que no dejan paso a la más mínima «salida de los bordes». La cena de navidad como reunión estereotipada, forzada, también culturalmente convenida y esta idea de inclusión del otro[4] me resultó muy adecuada con el mensaje que estoy transmitiendo –siempre alrededor de la familia, el hogar, la compañía, sus límites.

La imagen fija niega nuevamente el placer estético de recibir algo a la altura de los ojos, niega el movimiento generando –a pesar de la cercanía que se pueda presuponer de un dibujo infantil– una cierta frustración de no «verse recompensado». Los espectadores han pasado por la sala algunos más lentamente pero la inmensa mayoría muy deprisa debido al no intercambio, al no recibir algo a la mirada que han dedicado. Pero quien se involucra, quien lee entre líneas[5] descubrirá cosas que se interconectan más allá de la visión y puede establecer paralelismos o simplemente asociar[6]. Si pasas, de hecho, el suficiente tiempo frente a la imagen fija tendrás una recompensa, verás la imagen de un joven acicalándose en su habitación. Fugaz –sólo unos segundos– hace partícipe al espectador de un momento en el que «se ha colado» sin querer pero ha salido de él como ha entrado: sin darse cuenta.
Uno de los últimos glicth de esta exposición es Sin título (excéntrico), un mapa de Suiza y Liechtenstein recortado y dentro de una semiesfera de plástico (típico juguete con sorpresa dentro) que ha sido dibujado en papel y después encerado. La forma de este país, boquete en la representación de los mapas de la Unión Europea, paraíso fiscal y recinto idílico junto al diminuto principado de Liechtenstein ponen en cuestión la acepción en inglés de home: no sólo hogar sino patria, país.

Al regresar desde la oscuridad donde se encuentra esta pieza junto al dibujo proyectado de nuevo cruzamos Purgatorio y si levantamos un poco la mirada sobre una de las vigas nos encontramos la imagen de unos pajaritos, también circular, queriendo escapar pero enmarcados nuevamente en este perímetro sinfín del hogar. Pocos se han colocado en el centro del círculo de delfines estériles, desde el lugar en el que uno puede involucrarse en las distintas piezas. Volviendo los pasos andados, nos encontramos con que en una de las partes ocultas que no pudimos ver de la peana al principio (debido a la posición que obligaba a tomar) hay una imagen de un periódico. En ella aparece un rótulo: «La bellísima señorita valenciana Carmen Prat, nieta del conde de Berbedel, que acaba de hacer su entrada en sociedad». Muchos, muchos han preguntado: «Esto es así?», «¿no se ha caído?». Y precisamente ahí está la clave. Lo mejor es que la gente cogía la foto, algunos creyendo haberla caído, sintiéndose de alguna manera partícipes de lo sucedido. Pero sí, realmente algo ha caído. 

Ha caído esa «entrada en sociedad», o la idea de entrada, o el cómo se entra. De hecho para entrar necesitas el cuerpo, apropiarte, dominar, en definitiva ser tu cuerpo. Por eso 
«la única forma de ver, de saber más, es implicarse. Porque el cuerpo está también involucrado en las nuevas formas de mirar, en los otros modos de ver, (…) el cuerpo ya no está fuera del campo de la imagen».[7] Y así,  quien realmente ha realizado ese esfuerzo, ese plus, quien ha experimentado o dejado experimentar más allá de la mirada, ha conformado, recibido y completado el mensaje. 

Ése es quien realmente ha 
«visto». 

Agradecimientos a S. Chiocca y V. Turégano.




[1] Mateo Maté sostiene «Las exposiciones lo que hacen es que  ordenes los apuntes en una presentación pero no siempre reflejan claramente toda la serie de trabajos ni toda la línea». Entrevista realizada en el estudio del artista. Ver:
[2] Lucy R. Lippard «Dónde estamos y dónde podríamos estar» en AA. VV., Modos de hacer, arte crítico, esfera pública y acción directa», Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2001.
[3] Rosa Olivares, «En la superficie» en Rosa Olivares, David Salle, Galería Soledad Lorenzo, Madrid, 1994.
[4] Nicolas Bourriaud (1998), Estética relacional, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2008.
[5] Sergio Rubira en AA. VV., Mateo Maté. Viajo para conocer mi geografía, (cat. exp.) Fundació Sa Nostra, 2002.
[6] Joan Simon, «Robert Gober y lo Extra Ordinario» en AA. VV., Robert Gober (cat. exp.), Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 1992.
[7] Pablo Martínez, «Cuando las imágenes disparan», en Rabih Mroué. Image(s), mon amour. Fabrications, Centro de Arte 2 de Mayo, Móstoles, 2013.

El Cuerpo En El Espacio. Algunas Notas Sobre Miriam Gascón.


 El Estado capitalista (...) por todas las vías de acceso a nuestro organismo sumerge en lo más profundo de nuestras vísceras sus raíces de muerte, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales, mutila nuestros goces (...) Hace de cada individuo un cortado de su cuerpo, un extranjero a sus deseos. 

 Félix Guattari, 1973.

El cuerpo como grado cero, origen y espacio de convergencia y divergencia de buena parte de nuestras preocupaciones ha sido uno de los puntos de partida del trabajo que presento a continuación, el proyecto artístico de Miriam Gascón titulado "El cuerpo en el espacio / El ESPACIO EN EL CUERPO".

La lectura de El cuerpo utópico de Michel Foucault se hace necesaria a la hora de abordar este tema con cierta proximidad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando del filósofo francés más influyente de las últimas décadas y sus principales aportaciones fueron el desarrollo del concepto de biopolítica y el análisis de las diferentes relaciones que convierten en “sujetos” a los seres humanos. A él, cómo no, referencia Miriam Gascón en su primer proyecto artístico. Miriam es una joven artista que acaba de graduarse en la facultad de Bellas Artes de Cuenca. Ha hecho que me plantee y que vuelva a responderme ciertas preguntas, pero sospecho que no sólo me ha ocurrido a mi sino a muchos de los que trabajamos a su alrededor. Ha generado debate. ¿Por qué? ¿Qué es lo que la mueve a querer expresarse ante el mundo a través de imágenes? ¿Y por qué precisamente su manera de hacerlo ha tocado tanto a los que hemos escuchado su discurso? Se trata de una palabra: necesidad. Necesidad es lo que le ha llevado a desplegar un imaginario que a primeras enmarca dentro de dos palabras (cuerpo y espacio) pero que en realidad habla de muchas más. Pero, ¿necesidad de qué? 

Una necesidad nunca va sola, una necesidad va de la mano de algo más. En este caso se trata de una necesidad de implicar a la conciencia, de apelar, de llamar, de hacernos pararnos ni que sea unos instantes y replantear aquello que vemos. A grandes rasgos estos serian algunos de los logros de los artistas de la era contemporánea, según palabras del filósofo Arthur C. Danto pronunciadas en su conferencia La Distancia Entre El Arte y La Vida de 2005. Podemos así aplicar todas estas palabras al trabajo de Miriam. En aquella conferencia Danto proponía una serie de preguntas para descifrar qué puede ser arte en la situación política actual que vivimos y parece que nuestra artista más que proponer una respuesta definitiva, contribuye a formular posibles, a sumar puntos de vista, pues nunca llegaremos, en esto del arte, a verdades absolutas.
El espacio es ya un viejo leitmotiv en el arte contemporáneo. El crítico Jean Françoise Chevrier hablaba en 2013 en la revista Brumaria acerca de 1967 como el año paradigmático, en el que esta preocupación que en su momento los minimalistas exploraron y que dentro del povera y el land art fue llevada al extremo. Hablaba de “la conquista del espacio” en un momento en el que las comunicaciones y los conceptos de espacio, tiempo y lugar empezarían a sentar arduos debates en las décadas posteriores. El interés por el espacio es el interés por el contexto, la posición, la colocación, es el interés por analizar los porqués de la obra dentro de la esfera pública.En nuestros días y en nuestros contextos hablar de no-lugar queda obsoleto. Creo necesario redefinir  lugar y espacio en un mundo en el que constantemente entramos y salimos de todo tipo de interfaces, un mundo de traslados veloces y eficaces.

¿Cuál es la relación entre espacio y cuerpo para Miriam? Bien, yo creo que por sus piezas hechas de escayola ha conseguido aunar estas dos ideas transformándolas en huella. Se trataba de bolsas rellenas de escayola en las cuales ha impreso, ha presionado su cuerpo. Después, una vez seca la escayola y retirada la bolsa, las formas han devenido en una serie de piezas muy sugerentes, llenas de ondonadas, huecos, recovecos. Yo creo, ya que he entendido su obra como una instalación inmersa en el espacio y no un conjunto interrelacionado de piezas, que ése es el gran punto de su trabajo: la huella. 

Este fragmento de la instalación considero el más acertado de todos al dejarnos entrever una serie de formas orgánicas, éstas son colocadas en el suelo, convenientemente iluminadas y han desembocado de una especie de río hecho de harina, también dibujado en el suelo. Negativo y positivo, forma, tensión. Otro de los temas capitales de esta instalación es la luz. A través de una serie de cajas en las que inserta fotografías genera una serie de pinturas que, bien en imagen fija, bien en movimiento, juegan constantemente con esta comunión de espacio y cuerpo: Nuevamente tenemos ahí la huella. Un elemento recurrente y que particularmente rescato de su trabajo es la silla. Debemos de hacer referencia al juego figurativo/abstracto que ella pone en tensión, bien con formas reconocibles a simple vista, bien con otras que no lo son. Hoy, cierto es, hablar de figura y abstracción no sólo queda como un tema ya superado sino retrógrado, pero me sirve diferenciarlo para destacar cómo a  Miriam le interesa la representación de la silla como elemento de unidad, de uso personal, y de ahí la relación tan íntima entre sujeto-objeto como un elemento que ella nos muestra vacío y con el que alude al cuerpo, a sus medidas y la mayor de las veces con melancolía. Miriam presenta y representa. Es aquí donde veo, salvando las distancias, muchas de las piezas del artista argentino Jorge Macchi e incluso una instalación muy poco conocida también de la muy poco conocida “producción plástica” de Christian Marclay, Cuarteto de fantasmas, que realmente es evocadora y siniestra. Os recomiendo el catálogo donde lo descubrí, del año 1990, El jardín salvaje, con textos de Dan Cameron.  

¿Hasta qué punto las medidas por defecto delimitan nuestra existencia?

Christian Marclay | Cuarteto de fantasmas | Exposición El Jardín Salvaje en la Fundación Caja de Pensiones | Madrid | 1990 


Temas de antes y temas de hoy son los que convergen en el pensamiento de una artista que además de cuerpo y espacio habla de pintura y realiza performance con la valentía que supone ni tan siquiera nombrar todos estos conceptos en un mismo trabajo o aplicarlos a una praxis tan arriesgada. Para empezar, considero que es necesario afirmar que de alguna forma está pintando. No es necesario hablar de pinceles cuando la luz, sabemos, es un pigmento. Este tema tiene larga discusión desde que Dan Flavin o Bruce Nauman en los sesenta y setenta experimentaran con neones o cajas de luz, posteriormente James Turrell. También la pintura es materia, es táctil, y en la mayoría de sus piezas enfatiza en texturas que yo creo solucionan cualquier debate acerca de lo pertinente que es o no que haga referencia a tal disciplina. Llamativo es cómo en sus instalaciones emplea telas y bastidores, camuflados entre los distintos elementos que las conforman. 
En cuanto a la performance, esta exposición también consta de una proyección de vídeos que documentan algunas de ellas. Aclara que Espacio Uno fue la primera performance que presenció en directo en su vida. Algo posterior, Espacio dos muestra una madurez en cuanto a esa necesidad de incisión. ¿Qué es la performance sino insistencia? Creo que el juego de esta segunda performance donde utiliza vídeos caseros y familiares a la vez que su actuación propia en el espacio expositivo es realmente un reto no sólo al cuerpo sino a otro tema más y para mí nuclar: cómo organizamos nuestro cuerpo en torno al tiempo. 
Pese a que destaco su obra, por nombrarla de alguna manera, escultórica, yo recolocaría ciertas referencias figurativas que en lugar de sumar parece que quisieran “rematar” unas piezas que por sí solas son completas. Hablo de pequeñas estructuras también volumétricas como hojas, plantas, sillas o tendidos eléctricos. Quizás esto es propio del momento en que se encuentra. Pero la duda es positiva, sin ella no avanzamos. La madurez de su presentación, la laboriosa ejecución y el juego conceptual de los elementos son seguramente las grandes claves de esta jovencísima artista.  


Miriam Gascón | Vista de la instalación | 2014

Me ha animado a que me lance a escribir por su decisión y valentía a la hora de comunicar su trabajo. Su mirada fija, de esas que no te sueltan un segundo pero en las que te sientes cómodo y llamado, llamado a su necesidad, su fe en su trabajo y su voluntad de comunicarlo espero que me acompañen y me hagan seguirlo tan cerca como pueda. Que la comunicación así fluya libremente como ese río de harina, esos meandros, esos glóbulos, esas formas, esas cavidades que "implican a nuestra conciencia" y nos devuelven a lo más nuestro: a nuestro cuerpo.