Deseo, dormir. Las micropolíticas y el gran concurso de la canción: Euro, visión.


A medida que la necesidad es soñada socialmente el sueño se hace necesario. El espectáculo es la pesadilla encadenada de la sociedad moderna que no expresa finalmente más que su deseo de dormir. 
Guy Debord, 1967.


Pantalla partida. Partición bien definida. Rusia, la gran favorita, no consigue los suficientes puntos para superar a Ucrania, a pesar de que se ha llevado la máxima puntuación por parte del público. Los votos del jurado han favorecido a Ucrania aunque con un margen estrecho y, en la suma, la victoria.



Deseo dormir. El deseo es el de dormir, ya no más esta «pesadilla encadenada», la fiesta tras la fiesta, ningún resto, siempre ésta es la última.  La última ronda. Resulta así que de-vengo devenir histérico en el histórico de la conversación (Dami Im, la cantante australiana, haciendo referencia a la red social: caught up in this crazy fast life) y sin más que ellos, los somníferos; no, desde luego que no: no sin ellos. Yo y ellos, vamos a soñarnos socialmente.



Dami Im subida en un cubo lleno de purpurina y proyectando las ansiedades contemporáneas, microelectrónicas y relacionales de la nueva generación ante cierta imposibilidad de intercambio. Su canción, Sound of silence, poesía en torno a la espera y la imagen, la espera hacia la imagen, con estrofas llenas de claras alusiones: «symphonies and highlights».



Asunto: Europa. Perdón, y también Australia. Y Oriente Medio. Bueno, también es retransmitido en China. Espera, que también los Estados Unidos de América. ¡Uf! Ya no se sabe ni cómo comenzar a saludar. Comenzar, saludar.

Sí, todos ellos están viviendo una celebración porque ahora, al menos, el tiempo accidental -concordando con el pronóstico de Paul Virilio- lo amanecemos, y sólo despiertos en esta «obsesión paroxística» por el Otro al incorporarnos en lo micropolítico (en un inicio Michel de Certeau, Henri Lefebvre, Félix Guattari y en las últimas dos décadas Paul Ardenne, Lórand Hegyi, Martí Perán o Juan Vicente Aliaga) como herramienta de análisis en torno a la cultura global, táctil, microelectrónica o informacional (en el sentido de Manuel Castells), conduce, se diría, a aprender de la constante alarma. Adaptarse a una flexibilidad o apariencia de (Richard Sennet) que no deja de celebrar, disuadir (Baudrillard).

Bien, pues celebra, celebra porque es sobre música amor, música mi amor (corazón y bandera, corazón de bandera, remitiéndonos a la fuerza del logo-logos) el camino de un ajuntamiento que cuesta: tiempo de nuestras vidas a quienes somos, seremos eurofans.



Las célebres postcards (cortinillas de unos cuarenta segundos entre actuación y actuación) son, año tras año, más evocadoras puesto que presentan al artista en su entorno. Jüri Pootsmann, representante de Estonia, no consiguió superar la semifinal (de hecho, quedó último rompiendo con el pronosticadísimo Serhat) aun con una de las canciones más refinadas del concurso. En elegancia, sin embargo: hablamos en otros términos.

Se asiste, no asistimos, a un proceso de tan pronunciado político, proceso político, se supone politizado y más bien -desisto- totalizado. Harto teorizado. De qué total se habla. I hear them calling meproclamaba la ensombrecida apuesta islandesa. ¿Violines?, ¿dónde? -alguna vez escuché.

La gestión del dominio. ¿Algún dominio queda libre?… ¿alguien ha escuchado? Se habla, se comenta, y de tanto anulación, si puedes ser un hablantín es porque «devenimos hablantines». Sí, lo seremos, y siempre, pero «en esa necesidad antropológica de compartir nuestros momentos de goce» (Juan Martín Prada, en Poéticas en torno a la cuestión de la identidad en internet, Seminario Autobiografía (Visiona), 2015, y la charla La circulación de las imágenes, 2016). Y qué convocatoria si lo es para el goce. Cada año hago la fiesta. Investimos de fiesta.

Y en esa pronunciación el pronunciarse o identificarse porque la reverencia (junto con su pareja, la referencia) a menudo (nos) va porque (nos) comunica, y ante cualquier absorción (este chupar) o aislamiento (vamos a soplar), parece más atractivo un cierto desglose de pronunciaciones que el silencio que precede al disparo, acto solitario e incluso doméstico («ayer por fin te vi, te vi tendiendo la ropa», cantaban La Buena Vida hará una década, en ese tipo de gestos que nos colman de alegría luego interrumpida la rutina) y por tanto no restituido (en el sentido derridiano: «Si escribimos autobiografías es porque somos movidos por el deseo y el fantasma de este encuentro con un yo que finalmente se restituirá» decía en el documental de Safaa Fathy, Por otra parte, Jacques Derrida, 1999), no escrito. 

Escribamos nuestras apuestas, nuestros puntos, si damos nuestros puntos es por lo que acabará siendo. Del penúltimo lugar, como quien remonta, a colarse en el top ten. El año pasado pasamos de los heroes a los zeroes



La probablemente excesiva afectación de la cantante serbia Sanja no fue suficiente, tal vez por lo delicado de su temática (la violencia de género) o por una deuda importante (en la puesta en escena) a la ganadora Marija Serifovic (2007), quedando en el discreto puesto 18.

Es una cuestión top ten, cuestión de fe, y será ésa su potencia, la de la escritura: autobiografíame. Ya no más, no va más el ser solitario por muy heroico, y labores son silencio... lo siento, son las labores de mi silencio. En casa se queda, de casa no sale. Por una noche tantos países en tu casa, por una noche un gran anfitrión. Es esta noche y nada más. No hay espacio para el silencio.

Hablando de escritura, en fin, el fantasma y el encuentro: revolviendo a ella, escribir es de fantasmas. This is the ghost of me haunting the ghost of youel atrevimiento alemán, con su luna llena, sus árboles tétricos y un tocado inclasificable. No soy yo quien adora los modelos extranjeros, ni los  western, será que (estoy) siempre ellos y de hecho, los países del este se votan entre ellos. Lo extranjero está por todas partes, también somos extranjeros para nosotros mismos, como ya en torno al miedo escribió Julia Kristeva. «Desde el primer año de college (...) a menudo antes, el joven abandona a su familia. "Go west, my son", se decía a los pioneros. El espacio, ya sea terrestre o interestelar, se hace para ser conquistado, domado» (Sophie Body-Gendrot, ¿Modelos extranjeros?, 1989). Los Países Bajos cantan un supuesto country en un sugerente Slow down, brother. A lo que añadiría más bien: scroll down, brother. Vaya estes: Go west, son (un relevante «matar al padre», también cantado en su momento por los Pet Shop Boys). Pero cállate. 



Ganarle tiempo al tiempo, achicar, estrechar, diques. Douwe Bob se regaló los segundos que le sobraban al tema (que no llegaba a los tres minutos reglamentarios) para incorporarlos antes del último estribillo. Así, estos segundos, sin música, los aprovechó para un primer plano y la pronunciación de un seductor rapport«I love you», sin micrófono. No hacía falta.

Y calla porque Eurovisión no es, ni lo que era. No lo es, en lugar de concurso espectáculo de variedades: fuegos, animaciones y luces, pero muchas luces, un karaoke con mapping de decorado en que casi todos -países cuya lengua oficial no lo es- cantan en inglés canciones que suenan lo mismo, radiadas salvo (incluyan) algún arreglo o referencia étnica agradecida que, por otro lado deje disponible lo propio de cada cual (Anthony Giddens abocando hacia una supuesta democratización relacional en La transformación de la intimidad, 1994). 

En esa propiedad, una salvedad: de las 5 canciones que no han cantado en inglés exclusivamente (se ha escuchado francés dos veces, un estribillo en búlgaro, otro en tártaro y casi toda una canción en italiano) y han pasado la final, encontramos muy buenos puestos, incluso el ganador. Es posible que un efecto dominó haga más suculento el festival de 2017. Es interesante apuntar también que en semifinales se ha escuchado el macedonio, el griego, el póntico y el serbio. Siempre fragmentos, el inglés hasta ahora gana, homogeneiza.

Es posible: se quiere o se desea dormir bajo un techo común, desear esa vida especular (semejante a un espejo) y homogeneizada, así, repite mucho, escucharás: no suena nada. Así, a mono dosis, la guinda en el pastel, o el cupcake, cualquier burgués postre (la selección azucarada y su flamante exposición encar(i)ecida como lo mostraba en una anécdota Bill Bryson en su fantástico En casa. Una breve historia de la vida privada, de 2010: las sonrisas ya no se entienden como -lo que- eran) como cualquier momento juntos: todo política, no hay pureza, solo suplemento derridiano; y solo playback. El rápido espectáculo que deseamos. 

Será que escucharemos otras lenguas.



Amir, definición misma de todas las posibilidades de la palabra carisma, ha hecho historia en el Festival de Eurovisión llevando a Francia al puesto número 6, su mejor posición en catorce años. Aun así, tampoco se resiste a la metáfora de la luz y en su actuación lo afronta todo, sin perder la radiante sonrisa. Nota al pie: este año hemos disfrutado de un astronauta -digamos que muy evidente- en el concurso, era el bailarín de la canción de Moldavia, que se quedó en la semifinal.

No obstante, sería justo reconocer el intento juntos, retrotraer para sí del festival momentos fundacionales incluso arquitectónicos (donde la unificación de Europa encubre un cierto sentido, en fin…) y reconocerse en el renovarse o morir de toda una pesada trayectoria (lastres atrás) para dejarse caer por ahí, como lo ha hecho Barei, y con la mayor de las seguridades. Sería potente, aligerar la carga pues, para en esta fiesta de la imagen convocar las eternas otras.

Reconocer más que acreditar o al menos intentarlo cataliza fluir, hacerlo más sencillo,(dance with us and have some fun , mantenían los griegos) y se puede incluso participar de una emoción que ni mejor ni peor sino que la cuestión cómo, y cómo (con) ella es una muestra de nuestra cultura (entre muchas comillas y sin duda lugar para artículos como el de Catherine Baker, «Gender and Geopolitics at the Eurovision Song Contest» donde expone ciertos aspectos del juntémonos en domingo, típico día de verano, blanquear toda la casa: despliegue festivo de goteos). 

Una arquitectura, que vista desde tantas ópticas, caleidoscopios, una coctelera: una noche diferente que espera. La imagen se ralentiza y se congrega.



Tras una actuación amable y sin pretensiones, llena de metáforas en torno a la proximidad (y toda una lección de jardinería), la italiana y (se diría) anti-diva Francesca Michielin recolecta uno de los brotes que le rodean para acercarlo al público y finalizar No degree of separation.



Evocadora así la confluencia de pronunciaciones, conexiones portavoces, locales, angustiosas y repetidas; nombres de países, nombres que ni nombran, sólo repiten, repasos de banderas, banderas prohibidas como la de Nagorno Karabaj o Euskadi, banderas infiltradas y que tapan actuaciones («No vamos a tolerar nada raro en estos contornos», frase mítica de ese gran campamento de Friday the 13th, un día antes de la Gran Final), recapitulaciones de momentos y momentos álgidos, el cénit endiosado de los últimos segundos (se diría), delegaciones identitarias a fin de cuentas y demasiado amor (En el minuto 04:58: «I see all eurovision fans one big big heart who's walking» y en el 06:45: «Oh, what of kind of story, a lovestory between America and Russia, hahaha», se trata de la cantante Kaliopi en la rueda de prensa de la presente edición). 

Kaliopi, de la Antigua República Yugoslava de Macedonia ha dado una lección de cercanía (y de como culminar una canción con semejante agudo) sin tener absolutamente en cuenta pronósticos, escenografías o tendencias, incluso sin enterarse de muchos de los comentarios a su paso. Respuesta a base de sonrisas, Kaliopi todo (un) amor.



«Tell me black or white, what color is your life», canta Michal Szpak, representante de Polonia. Con una estética glam y una importante afectación en sus expresiones, consigue 222 votos del público, siendo el tercer país más votado. El jurado no piensa lo mismo y le otorga tan sólo 7, quedando en el puesto 25. Finalmente,  tras la suma de los votos Polonia se clasifica en el puesto número 8, siendo su mejor posición desde 2003. Aunque no era favorito, su videoclip fue el más visto durante gran parte de la campaña eurovisiva.

Cuentas muchas cuentas y cuánto dinero, vocación de. De devolverle algo. Barei ha pedido perdón a España. Barei pide perdón a España Y en ese devolver la seducción (máxima), seducción compartida y vivida demasiado seriamente en función de y que de al final hablantin-eamos. ¿Nos reconocemos o nos acreditamos? 

Diva seducción: la psicoanalista Suely Rolnik planteaba en 2006 esa absorción especular en su «Geopolítica del rufián», y como antes apareció, Sennett tal cual, en esa imagen que en el fondo re-vestida nos opera y moldea. La pantalla es plástica. Esa es la cuestión de un festival que a nivel visual responde un momento y en el que desgracias, bromas y seriedades (el uno y el otro, los múltiples ellos, cada ritmo, cada confluencia, a su modo) quedan mediadas en lo que ocurre así desde los medios, así se han de contestar, esperemos sutilización. Referencias o referencias. Nos reconocemos o nos acreditamos...



A pesar de que la gran canción de Letonia estaba compuesta por Aminata, quien asombró a todo el mundo con su sofisticado estilo el año pasado, Justs con su desgarrada voz e interpretación no terminó de convencer a jurado y público, quienes le confinaron al puesto 15.


Y tal vez, tal como Manuel Borja-Villel mantiene en el texto introductorio de Sé un lugar, sitúa una imagen, imagina un poema (2015) sobre la obra de Ree Morton, la llamada (a la) cuestión contemporánea, incluso se diría micropolítica, defiende «más una alegoría en la que reconocerse que una herramienta de acreditación política en la esfera pública, más una apelación a la memoria individual que una llamada a la obediente conmemoración». A este reconocerse o acreditarse (que considero lo suficientemente evocador para pensar desde ahí lo mircopolítico, la sociedad del espectáculo o lo especular) sumamos ahora, completa la idea, la memoria o la conmemoración. Memoria y conmemoración, un ejemplo:

El idioma tártaro de Crimea con su sugerente título («1944») gana el festival de Eurovisión 2016. Memoria, conme-mórame. Autobiografías que ganan, a la orden del día, y se imponen, y las políticas (deportaciones) quedan definidas: «Oh, you know, that's my personal story in this song, that's why it means for me that Europe understand me quite well» respondía Jamala ante su posible victoria a mitad de las votaciones. A semejante declaración añadiría: If you sing about truth, it can can really touch people. La verdad. La delegación, el premio se delega. Suecia conduce a Ucrania. Mi historia, la mía: la gorra con el escudo de Ucrania (realmente son los mismos colores), resto de la fiesta del año 2013, restos de fiesta (siempre fragmentos) del año en que cantaban a favor, memorablemente, de una reveladora gravedadEl resto de la historia, ¡uf! es ya otra historia y que, desde luego, sigue muy presente. 


La ganadora Jamala en el puente de su actuación, donde por unos instantes se repliega sobre sí para emitir un emotivo lamento que se hace flamante árbol de luz. Lo molecular y lo molar se imbrican, la historia sobre la pérdida de hogar revuelve los tiempos que vivimos. Se hace memoria. El estribillo lo traduciríamos como: 
«No pude pasar mi infancia allí porque te llevaste mi paz». Tras semejante alusión, Rusia se plantea no participar el próximo año dado que, como país ganador, Ucrania será la sede de 2017.